Como vimos en el capítulo anterior, 1990 no arrancó de la forma mas auspiciosa posible, e iría empeorando sin prisa pero sin pausa. En algún momento de enero o febrero, no recuerdo bien, la tubería de gas del edificio tuvo un escape menor y todo ese gas se acumuló en el foso de uno de los ascensores y cuando se encendió lanzó al elevador a la azotea donde se quedó incrustado. Hubo que cerrar la llave de paso para encontrar el lugar del escape y resultó que estaba en un punto de la estructura del edificio que era de muy difícil acceso por lo que los costos de reparación de la tubería serían muy elevados; por tales razones la junta de condominio decidió eliminar el suministro de gas y cambiar las cocinas que lo usaban por otras eléctricas.
Lo interesante del caso es que había que comprar una nueva estufa, y como se iban a negociar las 18 del edificio como un paquete con una mayorista, su precio iba a ser sustancialmente menor al de la calle, pero aun así eran costosas y a eso había que sumar la instalación por electricistas profesionales; el total por cada apartamento sería de Bs. 16.000 que para aquellos tiempos representaba una cantidad apreciable.
Para quienes hayan leído la historia y recuerden los detalles, estaba el hecho de haberle regalado una computadora a una familia rica cuando trabajaba en Geventec y al botarme de esa empresa solamente me dieron 21 bolívares porque el resto de mis prestaciones se fueron en el pago del dichoso aparato. Bueno, al final hubo que pedirle el dinero a los millonarios porque con esa cantidad se pagaba la cocina eléctrica y su instalación.
Durante estos meses, en las fuerzas armadas de Venezuela se decidió iniciar un proyecto de creación de reservas para incorporar ciudadanos comunes que así podrían cumplir con el servicio militar y recibir una paga modesta por ello; como estaba buscando dinero por todas partes, pues me incorporé a ese proyecto y así me convertí en soldado de fin de semana.
El acto de juramentación fue programado para el 31 de marzo de ese año, e iban a asistir mi madre y esposa, pero para aquel entonces ya la relación entre ambas se había deteriorado tanto que no podían estar juntas y así las dos se ubicaron en lugares opuestos y yo tenía que ir constantemente del uno al otro antes de la ceremonia y luego de terminada esta.
Así la mesa quedó servida para el primero de abril, domingo.
Recuerdo que en el mundial de fútbol de Italia 1990 clasificó la selección de Colombia por primera vez y una de sus principales estrellas era el portero, René Higuita, muy buen jugador pero un tanto excéntrico. La selección logró clasificar a la segunda ronda donde quedó eliminada por Camerún gracias a un gol que le metió el delantero Roger Milla a Higuita cuando el segundo quiso pasarse de vivo y el otro le robó el balón y se lo metió en la línea de meta casi sin esfuerzo. Entonces se popularizó que ni el cura cuando le fuese a dar la extremaunción le perdonaría eso a Higuita; iba a ser absuelto de todos sus pecados excepto de ese.
Algo así me pasa a mí, todos mis pecados muy posiblemente serán perdonados, menos ese mortal de haberme ido a vivir recién casado a casa de mi madre y exponer a mi pobre esposa a tal grado de espanto y horror, horror que se desencadenó como un huracán la mañana del domingo 1ro de abril de 1990.
Me es imposible recordar por qué empezó la discusión, pero como ya se discutía y se peleaba por todo, hasta lo mas sencillo como cepillarse los dientes o tomar agua, la crispación estaba mucho mas allá del punto de ebullición y ese domingo en la mañana fue el boilover.
La pelea, porque sí, fue una pelea, entre los tres llegó a su clímax y se volvió física; logré esquivar golpes pero Gitty no fue tan rápida y mientras yo trataba de protegerla ella recibió uno y allí ya fue suficiente. Grité para detener el sinsentido y le dije a Gitty:
- Es mejor que te vayas porque esto aquí y así no va a funcionar y tu integridad física corre peligro.
Era la única solución válida para el momento porque se evitaban daños mayores, recordé algo que mi mamá me dijo varias semanas antes:
- Doy un ojo por ver dos afuera.
Ya no había vuelta atrás, el ambiente se había puesto peligroso para Gitty y no quería ser viudo y de paso huérfano, entonces había que cortar por lo sano; con la ayuda de su prima recogió sus cosas y se fue, algo demasiado triste para recordarlo mientras mi madre disfrutaba de su pírrica victoria.
Durante varios días estuve actuando como un autómata, sin ningún tipo de voluntad, hasta que el jueves de la semana siguiente me dí cuenta que no podía seguir así, tenía que buscar a mi mujer e irnos a vivir juntos, así fuese debajo de un puente o en una cueva, tenía que asumir mi responsabilidad y actuar como un hombre por primera vez en mi vida, tenía que reconquistar a la mujer que amaba.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario