miércoles, 12 de octubre de 2022

Nuestra historia de amor: Capítulo 15: 1989, annus horribilis (5ta parte, la luna de miel)

 


Poco antes del mediodía del 10 de septiembre salimos del hotel Paseo Las Mercedes rumbo a la ciudad de Mérida, aunque en realidad no llegaríamos hasta allí porque nuestro destino estaba en el camino, aproximadamente a 50 kilómetros de la población y en una ladera del páramo de Apartaderos, a mas de 3.000 metros sobre el nivel del mar, un hotel que anteriormente había sido un monasterio y cuyo nombre estaba, obviamente, relacionado con su uso anterior: hotel Los Frailes. Teníamos que recorrer cerca de 800 kilómetros y yo calculaba, contando las paradas en la ruta, que llegaríamos alrededor de la medianoche. Como en el lugar no había teléfono, dejé el mensaje, al momento de la reservación, que nos dejaran las llaves de la habitación en un cajón destinado a ese fin en la entrada principal. Aparentemente todo estaba bajo control, el hospedaje, el dinero, los novios y el carro, lleno de gasolina y con todos sus componentes en buen estado (o al menos eso creía yo, luego de las "reparaciones" y el dinero gastado en ellas). De hecho, le dije a Gitty, yo tan optimista, que nuestra primera parada para echar gasolina y estirar las piernas sería cerca de las 2 de la tarde en el restaurant "El Gran chaparral" mas allá de Valencia en el empalme entre la Autopista regional del centro y la Autopista centro occidental.

Eso no llegó a pasar nunca.

Cuando habíamos recorrido cerca de 40 kilómetros, una camioneta nos estaba pasando por el canal izquierdo y empezamos a escuchar un ruido como de metales traqueteando y recuerdo que pensé "esa camioneta se está desarmando"; exactamente en ese instante sentimos un fuerte golpe y el carro perdió toda la potencia, con la inercia logramos detenernos en el hombrillo y abrí el capó o cofre del carro y me encontré con que el motor había explotado, es decir, el bloque estaba partido y se veían todos sus componentes internos. El carro no se iba a mover de ahí.

En ese momento no supe que hacer, ambos nos miramos y le dije a Gitty:

-Lo que nos queda es buscar una grúa que lleve a este vehículo a un lugar seguro y luego veremos lo que hacemos, porque todos los regalos y nuestros trajes de novios están en la maleta (cajuela o cofre). 

Logramos detener una grúa y lo mejor que se me ocurrió fue que nos llevara a la ciudad de Maracay donde luego veríamos que se hacía; dejamos el carro en un centro comercial llamado Parque Aragua y de allí, ya casi a las 5 de la tarde, nos pusimos a buscar alojamiento para pasar la noche y luego organizarnos al día siguiente.

Paramos un taxi, le pedimos que nos llevara a un hotel medianamente decente y el perro nos llevó a uno de esos que eufemísticamente se conocen como de "alta rotación", tipo de alojamiento que nosotros ya conocíamos de los tiempos de nuestros escarceos amorosos, pero no era el hospedaje adecuado para una pareja de recién casados. Por un momento me provocó entrarle a coñazos al taxista, pero estábamos tan cansados que decidí dejar todo así y esperar al día siguiente. Cogimos nuestras cosas, llegamos a la recepción y nos registramos, al menos nos dieron una habitación limpia y bien arreglada, pero tenía un sistema de sonido atroz; en vez de poner música instrumental, sugestiva y sexy para los amantes, el sistema estaba conectado a una emisora populachera llamada "radio Apolo" que tenía unos sloganes de lo último, ahora no los recuerdo, pero Gitty duró con ellos metidos en la cabeza como por 20 años.

En la noche fui a buscar comida en un restaurant chino cercano al hotel y así pudimos comer algo porque no habíamos probado bocado desde el desayuno, discutimos acerca de qué hacer, al final decidimos regresar a Caracas para contactar al seguro del carro, ir a hablar con los causantes del desastre y hacerlos reconocer su responsabilidad para que nos reconocieran los daños que sufrimos, ya que esas reparaciones estaban en garantía.

El lunes 11 subimos a Caracas temprano en la mañana y al llegar a casa de mi progenitora nos dedicamos a llamar por teléfono a la aseguradora para que su servicio de grúa transportara el carro de regreso a la capital, a la oficina de representación del hotel Los Frailes en la ciudad de Mérida para comunicarle que llegaríamos en la madrugada del martes 12 y al hotel de Margarita para cancelar la reservación porque ya no íbamos a poder ir para allá, a cambio extenderíamos un poco la estancia en Mérida para compensar la cancelación de Margarita. Luego de las llamadas fui al estacionamiento para decirle al dueño que debía asumir la responsabilidad del desastre y reparar el carro en garantía, como cosa rara el tipo se quiso hacer el loco y pasó algo como esto:


Al final tuvimos que demandar al sujeto y luego de casi dos años tuvo que reparar el carro y dejarlo como nuevo, incluida pintura y arreglos cosméticos diversos, además de devolver el dinero que le pagué con intereses, fue lo único que ganamos de todo ese año.

Finalizadas las diligencias nos teníamos que ir a Mérida a ver si empezábamos la luna de miel, así que nos fuimos al terminal de pasajeros de Caracas para encontrar un carro que nos llevara hasta el hotel. En Venezuela existían, no sé si eso sigue en la actualidad, unos carros que hacían rutas interurbanas con cinco pasajeros, dos adelante con el chofer y tres atrás, y olvídense de los cinturones de seguridad, esas son cosas de niños consentidos.

Encontramos uno que iba a Mérida y le pagamos los cinco puestos, el hombre arrancó como alma que lleva el diablo y llegamos al hotel en menos de ocho horas, no eran las tres de la mañana cuando arribamos habiendo salido a las siete de la noche de Caracas, así que nuestra luna de miel empezó oficialmente el martes 12 de septiembre habiéndonos casado el 9, es decir, tres días después.

Al igual, aquella noche no tuvimos acción alguna porque estábamos molidos por el viaje y exhaustos con todo lo que habíamos pasado en todos esos días, de hecho salimos de la habitación casi a la una de la tarde, para comer y conocer el hotel y sus alrededores, que no han cambiado mucho.

Las habitaciones sí cambiaron, tomamos muchas fotos, pero casi todas se perdieron, y una similar a la que nos dieron se ve así ahora:

Pero estaba mucho mejor adornada en aquel entonces y con colores mas cálidos, era mucho mas elegante.

En cuanto al propósito principal de la luna de miel por fin pudimos ponerlo en práctica esa noche, Gitty había comprado toda una batería de ropa interior especial de la que yo no tenía idea y desde luego que se veía como una modelo de esas de la página central de la revista Playboy, la propia Playmate; recuerdo que le dije que estaba mejor que muchas de aquellas chicas y que no sabía que ella iba a ser tan pícara. 

Ya, con todo aparentemente sobre ruedas, nos dedicamos a pasear, pero eso implicaba irnos a pie a la carretera, esperar el autobús que iba a Mérida desde Barinas, llegar a la ciudad y luego hacer el recorrido de regreso; al menos los buses subían y bajaban en horarios fijos y así teníamos una idea aproximada de cuando salir a esperarlos y luego montarnos en el terminal de Mérida para el regreso. Sin embargo, como éramos jóvenes veíamos eso como una aventura.


Capítulo aparte merece una excursión que hicimos a la laguna negra, una laguna formada por aguas de los glaciares de los picos nevados; teníamos que hacerla a caballo porque a ese lugar no llegaban ni siquiera vehículos de doble tracción, porque al ser parte de un parque nacional y con la vegetación y suelos protegidos, pues no podían circular vehículos automotores. Salimos a las 10 de la mañana del viernes 15, montados en nuestros caballos, el de Gitty se llamaba Furia, que era una yegua, y el mío se llamaba Diablo, íbamos con los dos arrieros en sus propios caballos y quien dirigía todo el grupo era una perra preñada.

Cuando llegamos a la laguna, cerca de las dos de la tarde, había descendido una espesa niebla que la tapó toda y así nos quedamos sin ver un carajo del famoso lugar turístico; mejor nos fue en la visita al Pico Espejo, última estación del teleférico de Mérida, porque todavía en aquellos tiempos había bastante nieve y pudimos pasar un buen rato. Por cierto que para subir a la montaña tuvimos que salir el día anterior del hotel y quedarnos en Mérida en otro muy cerca del teleférico, porque para subir a la última estación teníamos que estar en las instalaciones del funicular a las 7 de la mañana, de hecho ese alojamiento en el que nos ubicamos tenía un sistema de alarmas para despertar a los turistas a las 5:30 con la finalidad de que se alistaran y llegaran temprano a hacer la cola. Esa noche casi no pudimos dormir porque había un grupo grande de turistas europeos particularmente escandalosos, pero igual a las 5:30 nos levantamos, nos bañamos y arreglamos para llegar a tiempo a la cola y subir a los picos nevados.


Luego de bajar del teleférico nos fuimos a una población turística del estado llamada Jají, relativamente cerca de la capital, donde pasamos otra noche y nos tomamos una foto con el cura del pueblo.

Por cierto, luego de la travesía ida y vuelta a caballo que no nos sirvió de nada, quedamos con nuestras rabadillas tan maltratadas e irritadas que nos dimos de baja esa noche respecto a nuestros deberes conyugales.

Otro día fuimos a una atracción turística del estado llamada "Los Aleros" que es básicamente la recreación de un pueblo típico de la región en los tiempos comprendidos entre finales del siglo XIX y principios del XX, cuando los andinos tomaron el poder en Venezuela.

Finalmente llegó la hora de salir del hotel Los Frailes para pasar un par de días en la ciudad, como en el establecimiento no había teléfono, la diferencia pendiente por pagar no se podía saldar con tarjeta o cheque, había que pagar en efectivo, por lo que me fui temprano a Mérida para retirar el dinero del banco y así hacer el pago; le dije a Gitty que se quedara en la habitación que de todas formas no la iban a ocupar ese día y en cuanto yo regresara nos íbamos juntos.

Regresé como a las 2 de la tarde, pagué y el de la recepción me dijo que ella se había ido a Mérida para buscarme allá.

- ¿Cómo es eso?

- Sí, dijo que lo iba a ver allá y se fue con casi todo el equipaje, solo dejó este maletín - señalando una pequeña maleta gris.

Lo que hice fue agarrar la maleta e irme lo mas rápido posible a la carretera para coger el autobús y ver cómo carajo iba a encontrar a esa mujer en una ciudad de 300.000 habitantes. Mientras iba en el bus se me pasaron las mil y una imágenes por la cabeza, perdida en la ciudad, secuestrada, robada, etc. Al llegar al terminal de pasajeros recordé, por cosas del destino, que le había dicho que en caso de perdernos en la ciudad se fuera a la plaza Bolívar y esperara en la terminal de una línea de taxis nueva creada por la autoridad turística del estado.

Así que me fui literalmente corriendo a la plaza Bolívar y allí estaba Gitty, en la terminal de taxis esperándome y hablando con uno de los taxistas que conocía la zona de Trujillo de donde era su familia, nos encontramos a las ocho de la noche, casi 13 horas desde que nos habíamos separado, y recordando este episodio, tantos años después, todavía siento susto.

Para toda nuestra aventura en la luna de miel usamos dinero de mi sueldo y fondos de los regalos recibidos, así que ya nos tocaba regresar, y luego de dos días en Mérida emprendimos el camino de regreso, que no estuvo exento de problemas, al salir de Barquisimeto al autobús se le espichó (pinchó, ponchó) un caucho (llanta, goma, neumático, cubierta) y eso nos retrasó casi dos horas. Llegamos a Caracas el día viernes 22 de septiembre a meternos en la boca del lobo, nunca imaginamos lo que nos venía encima, como si no hubiésemos llevado ya bastante leña.


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