jueves, 20 de octubre de 2022

Nuestra historia de amor: Capítulo 23: La aventura de semana santa


 El martes 10 de abril decidimos que nos iríamos de vacaciones de semana santa, habíamos estado dudosos a ese respecto hasta que Gitty me dijo esa noche que nos fuéramos y ya, si seguíamos pensando en salir o no salir íbamos a terminar no saliendo a ninguna parte; entonces le pregunté:

- ¿A dónde quieres ir?

- No quiero ir a Puerto La Cruz porque eso es un desastre y ahí conozco a mucha gente, de paso todo es muy caro y no tenemos tanta plata.

- ¿Vamos a La Guaira o Barlovento?

- Mucho problema, eso se pone insoportable con el gentío y las vías se trancan, además, a La Guaira va tanta gente que en esas playas el agua se pone como sopa, y eso me da asco.

- Bueno, podemos irnos a occidente, nos vamos a Punto Fijo, que nunca hemos ido y así conocemos el pueblo, y por ahí debe haber bastantes playas, eso está en una península.

- Entonces ve a comprar los pasajes de autobús para allá.

- Ok, mañana miércoles me pagan la quincena y me voy al Nuevo Circo a comprarlos y nos largamos en la noche.

Fue mas fácil decirlo que hacerlo, la nómina se tardó y vinieron a depositarme el sueldo casi a mediodía, tuve que salir corriendo al ATM del Banco de Venezuela, banco donde tenía mi cuenta del sueldo, sacar el dinero y correr al Nuevo Circo; logré encontrar pasajes en un autobús que salía a Punto Fijo a las 8 de la noche, con parada en Coro. 

Le dije a Gitty que teníamos que estar en la terminal a las siete de la noche a mas tardar para así coger buen puesto en el autobús y no ir a parar a la cocina, nos llevamos un par de mochilas con trajes de baño, toallas, artículos de aseo personal y tres cambios completos de ropa junto con sandalias playeras. Llevábamos tres mil bolívares que suponíamos nos alcanzarían para una vacación de cuatro días; como llegamos temprano, encontramos buenos puestos en la parte central del bus y quedamos listos para el viaje, o mejor dicho, la aventura.

Llegamos a Punto Fijo a las cuatro de la mañana, como no conocíamos nada del pueblo ni de sus hoteles, llegamos tirando flechas y siguiendo a otros vacacionistas; así encontramos un hotelito cercano al terminal de pasajeros que se veía algo decente y donde la hora de salida era a la una de la tarde. La habitación tenía baño propio y estaba limpia, tampoco tenía insectos visibles.

Gitty siempre le tuvo asco a las toallas de los hoteles, así que en todas las vacaciones nos llevábamos las nuestras, para secarnos sin problema alguno. Nos bañamos y directo a dormir para levantarnos casi a las 11 de la mañana ya recuperados del trajín del viaje, nos volvimos a bañar y salimos al terminal de pasajeros.

En aquellos tiempos, la gobernación del estado Falcón contrataba un montón de autobuses para llevar a la gente gratis a las playas, así que nos montamos en uno que iba a Adícora, para mí no era la primera vez que iba a ese pueblo, pero para ella sí. Al llegar nos fuimos a un restaurant a comer pescado frito y una vez que terminamos nos metimos al agua.

Como a las cinco y media de la tarde nos dimos cuenta que prácticamente todo el mundo salía de la playa, así que fuimos a ver que pasaba y era algo muy sencillo: Los autobuses se iban a las seis, por lo que el que no se montara se iba a quedar varado en Adícora hasta el día siguiente. Los buses estaban parados en un terraplén y los choferes y sus ayudantes a grito pelado decían a donde iban mientras arrancaban los vehículos. El que teníamos mas cerca iba a Coro, pero ya estaba saliendo y nos tuvimos que pegar a correr detrás de el hasta que logramos montarnos casi que tipo película.

Como media hora después llegamos a Coro, porque el chofer iba como alma que lleva el diablo y la verdad es que Gitty y yo pensamos que no llegaríamos con vida a la ciudad; buscamos un hotel y luego caminamos por los alrededores en la noche, al día siguiente fuimos a la zona colonial y como nos iba bien en la aventura decidimos llegar a Maracaibo, así a lo loco, cogimos un microbús y fuimos a parar allá, pasamos por el puente sobre el lago, que ninguno de nosotros había cruzado, y llegamos a la terminal. De ahí nos fuimos a pie a la basílica de la Chiquinquirá y hasta pudimos ver de cerca la reliquia al escabullirnos al altar mayor, antes que los curas nos corrieran. Son de hacer notar dos cosas: No hay registro gráfico de esta vacación porque no teníamos cámara fotográfica, éramos muy pobres como para comprar una; por el otro lado, llegamos a Maracaibo en viernes santo y por eso fue que pudimos hacer esas rubieras en la iglesia.

Luego fuimos a cenar,  lo único que encontramos para comer fue carne y posteriormente nos fuimos a pasear por las zonas cercanas al hotel que habíamos encontrado para pasar esa noche, incluido un lugar al que llaman La Pomona y hasta pasamos por Las Pulgas y la zona al borde del lago. Luego regresamos  a descansar y para terminar de poner el pecado completo de viernes santo, luego de haber comido churrasco, pues le dimos gusto a nuestros cuerpos y al menos no nos convertimos en pescados ni nos quedamos pegados. En ese momento empezaron a resquebrajarse mis convicciones religiosas.

El día siguiente regresamos a Caracas y nos encontramos que, gracias a nuestro manejo austero del dinero, nos habían sobrado casi 600 bolívares. Fueron cuatro días intensos pero muy divertidos, que disfrutamos a fondo; desde ese año, siempre que salíamos a vacacionar en la costa nuestro destino eran las playas de Paraguaná y así fue hasta que nos fuimos de Venezuela.


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