viernes, 7 de octubre de 2022

Nuestra historia de amor: Capítulo 10: 1988

 


Casarse es fácil, las responsabilidades que vienen con el matrimonio son lo difícil. De forma lenta, pero segura, el ambiente se iba complicando: como dice el viejo refrán, mas sabe el diablo por viejo que por diablo, nuestros padres podían ser cualquier cosa menos idiotas, y para todos ellos era mas que evidente que Gitty y yo teníamos un romance, aunque no sabían muy bien hasta que punto, ya que excepto cuando íbamos a fiestas, nunca estábamos solos después de las 10 de la noche, que era nuestra hora límite sin chaperonas que nos vigilaran.

Como existe un lugar común respecto a que la noche es el tiempo para darle gusto al cuerpo, aparentemente nadie sospechaba que nosotros tuviésemos relaciones y por tanto se consideraba lo nuestro algo pasajero, aunque igualmente la guerra estaba montada; mantenernos unidos era una tarea titánica y agotadora, que cobraba su peaje emocional y mental, queríamos vivir juntos, pero para eso se necesitaba dinero que no teníamos siendo estudiantes, aun cuando trabajaba en la empresa familiar mi estipendio no daba para tanto, y ni hablar de apoyo económico de parte de su familia, que no quería saber nada de mí.

Una forma de adelantar algo de trabajo futuro para levantar un hogar era comprar electrodomésticos pequeños, y de hecho, compramos todos los utensilios de cocina durante ese año, lo único que necesitábamos era un lugar donde ponerlos, así que mientras tanto los guardamos en un lugar seguro; luego, varios años después, cuando estábamos ya instalados todos esos aparatos nos sirvieron muy bien mientras vivimos en Venezuela.

Actuábamos como un matrimonio que no tenía donde vivir mientras seguíamos con nuestros estudios. Para septiembre de ese año empecé el último año de mi carrera y decidimos terminar con toda la incertidumbre que nos rodeaba fijando nuestro matrimonio eclesiástico el día en que cumpliríamos cuatro años de habernos conocido, el 9 de septiembre de 1989. Para ese día empezaríamos nuestra vida como una pareja completa.

Pero quedaban muchos obstáculos que sortear, mi madre se había resignado a aceptar nuestra relación, a pesar de no considerar a Gitty una mujer adecuada para mí, lo que me daba igual, porque mamá ni a la mismísima Virgen María la habría aceptado como nuera; por otro lado, estaba descartado que sus padres fuesen a ayudar en algo, excepto mandarme una bomba como regalo de bodas y ambos estábamos conscientes de ello.

Los únicos momentos de relajación que teníamos disponibles eran los domingos, cuando nos íbamos a algún hotel a disfrutar de nuestra intimidad y abrazarnos, besarnos y acariciarnos. Éramos sumamente pasionales, y esa pasión era volcánica, incendiaria, parecía que nos íbamos a quemar con ese fuego tan intenso, nos amábamos con desesperación, como si fuese la última vez que lo íbamos a hacer, y cada día que pasaba ella se ponía mas linda. Uno de esos domingos escuchamos en la vía de regreso ese bolero de Rubén Blades y lo incorporamos a nuestro soundtrack porque sentíamos que explicaba los problemas por los que estábamos pasando.

Para diciembre de ese año hicimos el anuncio oficial de nuestro matrimonio por la iglesia y la fecha en la que iba a ser; mi familia aceptó la fecha a regañadientes, mientras que preferimos no decirle nada a la suya para que no la botaran de su casa, donde las tensiones ya estaban al máximo y ya su mamá había puesto por lo menos un ultimátum para que o me dejara o se fuera del hogar familiar. Sabíamos que si les decíamos la fecha la botarían de inmediato y dejarían de pagarle la universidad, haciendo nuestros problemas mucho mayores, así que no había otro remedio sino anunciar la ceremonia como un hecho cumplido.

Quedaba mucho por hacer, pero creíamos que íbamos a ver la luz al final del túnel el 9 de septiembre de 1989. Lo que no sabíamos era que esa luz era la de un tren desbocado que iba a toda velocidad hacia nosotros y que requeriríamos de todas nuestras fuerzas y el amor que nos unía para sobrevivir ese año.



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