martes, 1 de noviembre de 2022

Nuestra historia de amor: Capítulo 37: La adaptación.


 Tener hijos es un acontecimiento telúrico en la vida de una pareja, sin importar cuánto deseen tenerlos y cuán preparados crean estar ambos miembros, siempre se van a producir cambios que tomarán tiempo para ser asimilados. Así nos pasó a nosotros, mientras Gitty lidiaba con la depresión posparto y sus consecuencias yo tenía mis propios problemas con dudas y temores al sentir que no iba a estar a la altura de las expectativas y que sería un fracaso como padre. Ese primer año de nuestra nueva experiencia nos trajo altas y bajas que finalmente logramos superar, pero no fue fácil; a eso tenemos que sumar que ambos trabajábamos y durante muchas semanas yo salía de viaje el lunes en la mañana y nos veíamos de nuevo el viernes en la noche. Nuestras comunicaciones eran exclusivamente vía telefónica durante todos los demás días laborables.

Gitty siempre me contaba una anécdota de ella con Graciela una vez cuando había terminado de amamantarla y la tenía en brazos. Se puso a mirar detenidamente a la niña y empezó a decirle con toda la ternura posible en su voz (y esto es lo que siempre ella me decía de ese momento, cosa que me repitió muchas veces hasta semanas antes de su muerte):

- ¡Ay, Ramón, Ramón! ¡Tienes el rostro de tu papá!

Y procedió inmediatamente a abrazarla y besarla con todo su amor.

Si bien yo entendía lo hermoso del momento que ella estaba compartiendo conmigo, luego de decirle que eso era algo muy bello, esperaba un rato para comentarle:

- Que no se vaya a parecer a mí, la vida no le puede echar esa tremenda vaina a nuestra hija, no puede salirnos fea, que se parezca a ti cuando crezca.

Por suerte todas las divinidades existentes y por existir como que me escucharon y al crecer nuestra hija salió bien parecida a su madre.


De paso, durante una de mis auditorías en Los Teques, me robaron el carrito; fue muy simple, lo dejé estacionado y cuando regresé a buscarlo no estaba. Denuncié el robo y hasta organizamos un plan de rastreo, pero nunca lo volvimos a ver, probablemente fue robado para despiezar la carrocería y vender sus pedazos, simplemente se desapareció y pasamos a depender del carro de mi mamá, el cual ella usaba como premio o castigo dependiendo de como se portara quien lo estuviera manejando en el momento. La única ventaja que tenía para entonces era la que daba el hecho de que ese carro serviría para transportar a su nieta, así que al menos lo pudimos usar casi como si fuera nuestro, aunque sabíamos muy bien que no lo era.

Luego de superado el percance del robo del carrito, empezamos a explorar potenciales viviendas cuyos precios estuviesen cercanos al tope del plan inmobiliario en el que nos habíamos inscrito, que era de cinco millones de bolívares de los de aquel entonces; de lo primero que nos dimos cuenta fue que ese dinero no alcanzaría para comprar nada en Caracas, tendríamos que buscar en los alrededores de la ciudad para encontrar algo que se ajustara a nuestro presupuesto.

Pero eso no era válido para todas las ciudades dormitorio de la región capital, descartamos la zona de Los Teques y San Antonio de los Altos por ser muy costosa e igualmente el litoral central, con lo que nos quedaban el eje Guarenas-Guatire y los Valles del Tuy; también probamos con lugares mas lejanos, como lo fueron la ciudad de La Victoria y los alrededores de Maracay, pero la distancia resultaba excesiva y los desechamos también, por lo que nuestra búsqueda quedó circunscrita a los lugares citados anteriormente.

Para octubre estábamos claros acerca de donde dirigir nuestros esfuerzos cuando nos llegó la gran noticia: Gitty había ganado el sorteo de ese mes cuando apenas llevaba cinco inscrita en el programa; según las condiciones teníamos un año desde el momento de la comunicación oficial por parte del banco para encontrar una vivienda que tuviera un valor equivalente al del dinero adjudicado, cinco millones de bolívares; para eso debíamos escogerla y luego un valuador certificado iría a determinar su valor, si estaba dentro del rango, la transacción sería aprobada, si no, tendríamos que seguir buscando.

Esa búsqueda nos tomaría casi siete meses hasta encontrar el lugar correcto.

Pero visitar potenciales casas no era lo único que nos ocupaba, porque mientras tanto la niña seguía creciendo y comía de todo, granos, frutas, carnes y hasta chicharrón. También sufría de los problemas de salud normales de todo niño pequeño, diarreas ocasionales, catarros y resfríos y los infaltables cólicos. Casi llegó a sufrir de algo llamado mal de ojo, pero mi mamá logró interceptar el mal antes que se desarrollara y no pasó a mayores. Hasta hoy en día no tengo idea de que exista alguna explicación racional respecto a ese mal, pero lo cierto es que parece existir, y afecta a los bebés.

En cuanto a Gitty y yo sabíamos que para navegar en estos mares tormentosos necesitábamos estar juntos y aferrados el uno a la otra, que fue lo que hicimos. Así llegamos al primer cumpleaños de Graciela, como dos guerreros heridos mas no vencidos. Es de notar en la foto una erupción cutánea que Gitty tenía en la zona de la mandíbula, esa erupción se le producía cuando estaba bajo mucho estrés y era la señal mas visible de su depresión posparto, tal erupción se le vino a ir del todo durante el primer trimestre de 1996.


Por último, en julio de 1994 habíamos terminado la fase académica de nuestros postgrados, pero faltaba la presentación de los trabajos de grado, cosa que pudimos cumplir en septiembre de 1995. Gitty aprobó el suyo con calificación excelente y el mio recibió cum laude, con eso habíamos aprobado todos los créditos pero la ceremonia de graduación sería en septiembre de 1996, por lo que tendríamos que esperar un año mas para recibir nuestros títulos y usarlos para recibir promociones en nuestros respectivos empleos.

Una cosa es lo que uno piensa que va a pasar y otra lo que realmente sucede, y el año 1996 sería una prueba irrefutable de aquello que todos decimos, las vueltas que da la vida.


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