La Semana Santa de 2002 cayó a finales de marzo y decidimos regresar a la Gran Manzana para pasar esos días de asueto; Gitty quería volver y eso le serviría como un paréntesis en el duelo por el fallecimiento de Mamita. Hicimos arreglos a través de una agencia de viajes confiable y obtuvimos un paquete con precios solidarios que incluía traslado hacia y desde el aeropuerto de Maiquetía, pasajes de ida y vuelta mas cuatro noches de hotel. El viaje sería con escala en Bogotá porque ya para el 2002 no había vuelos directos desde Venezuela a NYC, así que el itinerario era CCS-BOG-JFK y JFK-BOG-CCS; el hotel era uno ubicado en pleno centro de Manhattan, en Broadway, a una cuadra de Times Square.
El viaje de ida fue bastante largo, porque el tiempo de espera en Bogotá fue de casi cuatro horas, mas las cinco de vuelo a NYC y hora y media de Maiquetía a El Dorado. Llegamos a JFK después de medianoche, y todavía nos faltaban inmigración y aduanas; inmigración no fue mayor cosa, pero cuando llegamos al chequeo de aduanas, le estaban revisando las maletas y maletines a todo el mundo, y lo estaban haciendo de manera muy minuciosa. Cuando vimos aquello lo primero que hicimos Gitty y yo fue vernos las caras y le dije:
- Vamos a amanecer en esta vaina.
A todo esto, un funcionario de aduanas nos vio y nos llamó a los tres, fuimos donde él con todos nuestros macundales y nos preguntó:
- ¿Son familia?
- Sí, y venimos de vacaciones por unos días, ella es mi señora esposa y esta niña es nuestra hija - le dije mientras le mostraba nuestros pasaportes.
- ¿Tienen donde llegar?
- Sí, tenemos reservaciones en el hotel X por cuatro noches - y le mostré la hoja de reservación.
- ¿Tienen algo que declarar?
- No, de hecho también venimos de compras, así que solamente cargamos algo de ropa.
- Ok, pueden irse, y bienvenidos a los Estados Unidos de América.
- Muchas gracias señor, y que tenga muy buenas noches.
Cogimos todas nuestras cosas, documentos y nos fuimos. Mientras caminábamos hacia los taxis, Gitty y yo conversamos acerca de nuestra buena suerte:
- ¿Viste? El funcionario de aduanas nos dejó salir y ni siquiera nos revisó las maletas.
- Yo creo que fue porque nos vio la cara de güevones, cuando aparecimos en el salón que nos vimos las caras, se dijo, este par de pendejos no deben cargar ni cigarros encima, se ve que no tienen malicia, y se ve que están mas dormidos que despiertos, ya bastante tienen con la carajita encima como para que tengan que calarse esa cola.
-¿ Y tú crees que él pensó eso?
- No lo dudes, solamente nos llamó a nosotros, porque tenemos unas caras de güevones que no las brinca un venado.
- Eso es lo bueno de tener esa cara y administrarla bien.
- Y eso es lo bueno de haberse casado con un güevón, que esa cara al final te ayuda. Si tu marido hubiese sido un sujeto con cara de playboy o pájaro bravo, todavía estaríamos comiendo mierda en la cola de la aduana.
- Esa es una de las razones por las que me casé contigo, tu carita de güevón, nos ayuda tanto.
Para entonces habíamos llegado a la zona de taxis y abordamos uno que nos llevaría al hotel, esa madrugada hacía frío y estaba cayendo lluvia helada, pero llegamos a nuestro destino sin novedad.
Cuando entramos a la habitación, nos encontramos que tenía una sola cama, así que tuvimos que acomodarnos los tres ahí hasta que nos subieran otra en la mañana, como estábamos tan agotados caímos como unos troncos y no nos levantamos hasta pasadas las 10. Nuestra aventura comenzó al mediodía del Jueves Santo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario