sábado, 26 de noviembre de 2022

Nuestra historia de amor: Capítulo 62: Despedidas.

 

Gitty tenía sus afectos profundos, uno de ellos, el principal, era su abuela materna, a quien le habían puesto el sobrenombre de Mamita; tanto así, que nunca llegué a memorizar su verdadero nombre, porque solamente la conocí por ese apodo. Gitty la amaba entrañablemente, la consideraba como su segunda madre, y de hecho la quería mas que a su progenitora.

Mamita tuvo una fortuna que se le negó a Gitty, pudo llegar a una edad avanzada en relativa buena salud y lucidez; muchas veces fue a donde vivíamos y la recibí con mucho cariño, era una bella persona que nunca estuvo en contra de nuestra relación, fue el oasis necesario en la vida de Gitty durante los iniciales tiempos turbulentos.

Mamita conoció a Graciela, nuestra casa en Cúa y pudo ver como su nieta se graduó en la universidad, estudió postgrados y llegó a ser una mujer exitosa; pudimos llevarla de paseo a algunos lugares, como la Colonia Tovar, y disfrutó mucho su tiempo con nosotros. Gitty se desvivía por hacerla sentirse cómoda y que se sintiera bien atendida y Mamita siempre supo que su nieta la adoraba.

Desafortunadamente, en sus últimos años, desarrolló el mal de Alzheimer, que a esa edad es básicamente una sentencia de muerte debido a que es una enfermedad degenerativa que causa daños terribles al cerebro y sistema nervioso. Cuando se le diagnosticó el flagelo, la trasladaron a casa de su hija Carmen, que vivía en un edificio de la urbanización Simón Rodríguez de Caracas; en ese lugar pasó la parte final de su vida.

Como la felicidad no es permanente ni eterna, en algún momento se interrumpe, y esa interrupción llegó con el deceso de Mamita. Gitty sabía de su gravedad y la había visitado, el desenlace fatal era cuestión de tiempo. El día de su muerte recibí la noticia en el trabajo y se la comuniqué a mi mamá, para que se la hiciera llegar a Gitty; por circunstancias desconocidas mi madre nunca la llamó para darle la mala nueva y cuando llegué a casa me encontré con Gitty acostada en la cama con la lámpara de la mesa de noche encendida, creía que estaba esperándome porque estaba de luto, pero no era así.

Me tocó el trago amargo de comunicarle el fallecimiento de su amada Mamita, con un nudo en la garganta y una enorme piedra en el estómago. Nadie de su familia se molestó en llamarla directamente para notificarle del fallecimiento, pero sí le telefonearon a medianoche para decirle que la iban a buscar para que pagara el funeral.

Aquí hago una parada porque tomé una decisión personal que Gitty me reclamó durante mucho tiempo, para eso tengo que retroceder cinco años y regresar al momento de la muerte de mi tío Carlos. Mi mamá veía a su hermano mayor como una figura paterna, y a pesar de todas sus fallas como persona, ella lo admiraba mucho. Cuando se le desarrolló la diabetes, ella se lo llevó a su apartamento y le preparaba su comida especial, para que así no tuviera que depender en exceso de la insulina y evitar el pie diabético que podía terminar en amputaciones. Vivía en casa de mi mamá de lunes a viernes y se iba para la suya los fines de semana, donde se salía de control bebiendo licor y comiendo alimentos que le afectaban sus niveles de azúcar.

Mi madre resentía mucho que su familia no se preocupara por su salud, permitiera y de hecho aupara tales excesos, lo que le generó mucho resentimiento hacia ellos. Luego, cuando se le diagnosticó el linfoma, mi mamá se hizo cargo de él durante su enfermedad, los tratamientos y hospitalizaciones, y así siguió hasta su deceso. Para ese momento, su pareja e hijos se hicieron cargo de su cuerpo y prepararon sus exequias; mi madre en ese momento tomó una de las mas duras decisiones de su vida: no asistiría al funeral.

No solamente no iba a asistir, sino que nos dijo que tampoco fuéramos nosotros, le pregunté el por qué y me respondió:

- Porque nunca se hicieron cargo de él durante sus enfermedades y ni siquiera se preocuparon por su salud, así que no voy a ir al velorio ni al entierro para ver ataques ni gente llorando por alguien que nunca les importó en vida. Le rezaré aquí en mi casa para que tenga su descanso eterno porque a pesar de todas sus fallas fue un buen hombre que mereció algo mejor en su vida.

Regreso al relato central luego de esta disgresión para explicar mi decisión respecto al funeral de Mamita. A las cuatro de la mañana llegó mi suegro, quien nunca había visitado nuestra casa de Cúa, a buscar a Gitty para que se hiciera cargo de las cuentas, puse mi mejor cara para recibirlo y prepararme para despedirla. En ese momento le dije que iba a pasar el velorio y el entierro y que la llevaran a mi trabajo para luego ir a casa de mi mamá a buscar a Graciela, ya que ese día la subiría a Caracas porque no íbamos a poder recogerla de la escuela.

Esa decisión la tomé por razones análogas a las de mi mamá con respecto a mi tío, con un agravante adicional, yo no era nadie en este caso y nada iba a hacer amargándome y amargando a otros con cara de rabia al pensar en la injusticia de hacer pagar a Gitty por el funeral mientras los demás, que también podían poner dinero, decidieron mantener sus manos bien lejos de los bolsillos, como si la difunta no mereciera sus reales pero sí los de la mas pendeja.

A las cuatro de la tarde dejaron a Gitty en mi trabajo y apenas llegó la abracé y la senté en una silla de la oficina, como todos ya estaban alertados, sabían que me iría poco después de ella llegar, y así lo hice.

Recogimos a Graciela en casa de mi mamá y nos fuimos a Cúa, donde le rezaríamos sus nueve rosarios a Mamita, que era una señora muy católica. Cumplimos con sus últimos deseos y Gitty siempre la tuvo en un lugar especial de su corazón. Espero que sea cierta la existencia del mas allá y que abuela y nieta se hayan reencontrado para seguir juntas por toda la eternidad, o al menos hasta que llegue mi turno de trascender al gran después.


El fallecimiento de Mamita, al igual que el de mi tío, fue un duro recordatorio de que había llegado el momento en que nuestros referentes de vida empezarían a partir, poco a poco pero sin pausa, porque es la ley de la vida.



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