Ese día empezó como todos los anteriores, solo me levanté mas temprano para llegar a la oficina de Ocumare del Tuy antes de las ocho de la mañana porque no había pasado por allá el día 15 debido a unos desperfectos eléctricos del carro que el mecánico tardó varias horas en arreglar; cuando todo estuvo listo era muy tarde para coger carretera, si lo hacía llegaría después de las seis de la tarde, la hora en que las oficinas cerraban.
Me dediqué a organizar mi trabajo y llamar al jefe para notificar la novedad del día anterior, todavía en esos tiempos los teléfonos celulares no se habían masificado por lo que todo se hacía a través de líneas fijas, cuando llamé aun no había llegado a la oficina, así que le dejé el mensaje con la secretaria; cerca de mediodía me devolvió la llamada y preguntó si podía subir a Caracas esa tarde, le dije que no porque tenía una cita con la persona a cargo de las compras de gas en la empresa Pavco para revisar los suministros y las facturas emitidas por la sucursal, que iría directo desde mi casa al día siguiente, el viernes 17.
Quedamos de acuerdo en reunirnos, yo llevaría todo el expediente para revisar mi trabajo y ajustar lo que fuera necesario.
A las dos de la tarde tendría que ir a Pavco, que estaba en el pueblo de Cúa, para asistir a la reunión; al salir de allí daría una vuelta por el lugar donde ya nuestra casa estaba casi completamente construida para conversar con el señor Cabello acerca de las certificaciones necesarias que debían entregar las autoridades municipales para conectar los servicios básicos en la urbanización.
La reunión en Pavco terminó a las tres de la tarde y me dirigí a la oficina de ventas donde el señor Cabello me explicó que los certificados de habitabilidad estarían listos a final de mes y durante junio deberían estar conectados los servicios de electricidad, agua y cloacas. También pude inspeccionar la casa, que estaba casi 100% lista.
Me despedí del señor Cabello e inicié el camino de regreso a la oficina de Vengas; para llegar allá la ruta mas corta era la que se tomaba desde la población de Nueva Cúa y que llegaba directo a la entrada de Ocumare, se ahorraban unos 10 kilómetros y cerca de 20 minutos de camino. La vía no era perfecta, pero valía la pena por el tiempo que se ganaba.
A las cuatro de la tarde ya estaba en camino y había tomado el desvío hacia Ocumare, delante de mí iba un microbús (será llamado de aquí en adelante perola) que se paraba a cada momento a recoger y descargar pasajeros, pero se detenía siempre en ángulo, y cuando se incorporaba a la vía andaba por el centro de la carretera, por lo que resultaba imposible pasarlo, de hecho se estaban acumulando vehículos atrás debido a esa razón.
Mientras estaba detrás de la perola, tenía puesto un cassette de Willie Colón en el reproductor del carro, y sonaba esta canción.
Entonces la perola se paró una vez mas, cargó, descargó y arrancó en una recta larga por lo que vi la oportunidad de pasarla, lo cual hice, o al menos intenté. Al irla pasando, el camionetero la viró bruscamente hacia la izquierda y la hizo chocar contra mi carro; debido a la diferencia de masa entre los dos vehículos, me sacó de la vía y aunque por poco logro corregir mi rumbo para reingresar al pavimento, no pude esquivar un árbol que estaba a mi izquierda.
Al momento del impacto no sentí nada, solamente me di cuenta que el carro se había estrellado contra el árbol, que el parabrisas y el espejo retrovisor se habían roto mientras veía que el daño estructural era significativo. Lo primero en lo que pensé fue en salir del carro para entrarle a coñazos al camionetero, pero el tipo ya se había dado a la fuga.
Luego siento el ruido de un chorro, como si un grifo estuviera abierto, y me pareció extraño, porque así no debía sonar el agua del radiador; fue cuando vi hacia abajo que me di cuenta que estaba sangrando tan profusamente que la sangre caía como si fuera agua de mi cabeza hacia abajo, como fui bombero y rescatista, me di cuenta que tenía una grave hemorragia y que si no llegaba rápidamente a un hospital mi tiempo de vida estaba contado en minutos; de hecho me vi la cara en un pedazo del espejo retrovisor para ver si estaba sangrando por la nariz y los oídos, porque si era así ya estaba listo y lo mejor que podía hacer era esperar la muerte ahí sentado, no tendría objeto hacer nada.
Me costó ver, pero con las manos tampoco sentí sangrado en esos lugares, por lo que decidí salir del carro a intentar conseguir ayuda, pero cuando voy a moverme veo que mi pie izquierdo estaba doblado en un ángulo muy extraño e inferí que existía una probabilidad elevada que estuviera fracturado, así que debía ser cuidadoso al moverlo. Mis anteojos no sabía donde habían ido a parar, pero supuse que salieron volando por la fuerza del impacto, y eso creo que salvó mis ojos, puesto que los lentes al volar desviaron trozos de vidrio que pudieron haber impactado contra ellos.
Como pude logré abrir la puerta y salí del carro apoyándome en mi pierna derecha, porque la izquierda sabía que estaba inútil, también logré coger una toalla que estaba en el asiento trasero para hacer presión en mi cuello y buscar controlar la hemorragia. Debido a la gran cantidad de sangre que estaba perdiendo sabía que mi expectativa de vida no pasaría de media hora, debía buscar a alguien que me llevara al hospital general de los Valles del Tuy en Ocumare.
Para el momento ya se había reunido un montón de curiosos, asomados y potenciales ladrones que se espantaron al verme en ese estado, sangrando como un buey; por suerte, un muchacho algo mas joven que yo corrió hacia donde estaba y me llevó hacia su carro, me montó en el asiento trasero y arrancó a toda velocidad, mientras decía que íbamos al hospital.
Estaba en una disyuntiva, si perdía el conocimiento, debido a la falta de riego sanguíneo al cerebro, la recompensa que iba a tener ese joven por ayudarme podía ser un arresto hasta que se verificara que él no tuvo nada que ver en mi accidente, y si por desgracia yo pelaba bolas sin despertarme pues podía ser acusado de homicidio vehicular. Por otro lado, si buscaba mantener un mínimo de oxígeno en el cerebro, iba a perder mas sangre y mi situación sería mas precaria al llegar, sería una apuesta a mi vida que podía perder fácilmente.
Finalmente tomé la segunda alternativa y me acosté en posición Trendelenburg, con las piernas alzadas y la cabeza abajo, perdería mas sangre, pero esto me daba algunos minutos adicionales de consciencia para hablar al llegar al hospital.
Cuando llegamos la emergencia estaba vacía y los enfermeros de guardia llevaron una camilla para montarme allí (una plancha de metal con ruedas, nada sofisticado), asimismo pude decirle a los agentes de policía de guardia que el muchacho nada tenía que ver con el accidente, que me había auxiliado para que no muriera desangrado al borde de la carretera. También, poco antes de llegar, le dí mi credencial de la empresa para que por favor pasara por la oficina de Vengas y notificara la novedad, donde también podían ayudarlo para limpiar el carro y lavar mi sangre antes que empezara a apestar.
El hospital, como ha sido siempre el caso con las instalaciones médicas públicas de Venezuela, estaba desabastecido: No tenía banco de sangre, no tenía anestesia, no tenía desfibriladores, las máquinas de radiografía no funcionaban porque no había agua; lo único bueno fue que estaban cuatro médicos de guardia en la emergencia y yo era el único paciente, también tenían bastante suero y suturas, al menos podrían hidratarme y coserme.
Hacía rato que estaba en shock hipovolémico y me pasó lo que me tenía que pasar, al sentarme para que me revisaran el tronco me dio un paro cardiorespiratorio; básicamente caí muerto, pero los médicos se fajaron conectándome una vía IV y dándome RCP, ignoro por cuánto tiempo. Lo que recuerdo es que empecé a oír voces (las de los médicos) y luego pude abrir los ojos. No tuve visiones, ni gente que me esperaba, ni luces, ni un carajo, lo único que recuerdo es negrura, la nada absoluta.
Hasta ese momento no había sentido dolor alguno, pero después de despertarme los dolores de las heridas eran insoportables, además me estaban cosiendo en carne viva porque no había anestesia; me dolían los cortes que tenía en la cara, cuello y varias partes del cuerpo, me dolía el pie roto, me dolía el pecho, porque me dieron RCP bien duro. Eran tantos los dolores que no podía saber cuál era peor.
Ahora tenía otro problema, mis pertenencias. Para el momento lo único que cargaba encima era mi cartera, las llaves de la casa y la pistola con dos cargadores de repuesto, que por suerte nadie vio hasta que llegué al hospital. Luego de coserme, si bien estaba en estado crítico, podía comunicarme, pero había que trasladarme a otro lugar porque los pisos de hospitalización estaban cerrados debido a la escasez de agua.
Para cuando me habían estabilizado, ya la gente de la oficina había llegado al hospital y pude darles el teléfono de mi mamá, porque en el apartamento no teníamos, al igual que pude mandar a comprar varios medicamentos necesarios con el dinero que cargaba. Al mismo tiempo el gerente ya había iniciado los trámites con la aseguradora y los mismos directivos de la empresa para buscar un hospital privado en Caracas que me abriera un cupo para hospitalizarme; eso era urgente porque mi situación de salud era crítica, estaba vivo porque era un hombre joven y muy fuerte, si no habría muerto antes de llegar al hospital; de hecho, mientras estuve en espera perdí el conocimiento varias veces por lo débil que estaba.
Luego llegó la policía a tomar declaraciones y revisar mis documentos de porte de armas para verificar la legalidad del armamento que tenía. Luego de eso les pedí que lo dejaran en custodia que en cuanto estuviera lo suficientemente sano pasaría a recogerlo, me dieron un recibo y se llevaron todo a la jefatura de policía de Ocumare del Tuy, varios meses después pasé a buscar mis cosas y me las entregaron intactas, sirva esto para reconocer que en la policía del Estado Miranda había gente íntegra y servicial.
La ayuda del personal de la oficina de Vengas en Ocumare del Tuy fue invaluable y siempre les estuve agradecido, empezando por el gerente, la jefe de oficina, y terminando con el resto del personal administrativo y de operaciones, se portaron conmigo de una forma que está por encima de cualquier elogio que se les pueda dar.
En algún momento de la noche llegó mi mamá, que logró movilizar a un amigo de la familia para que la llevara a Ocumare; fue la primera vez que la vi llorar por mi causa, ya que siempre la había visto molesta por lo que hacía, pero jamás, desde que tuve uso de memoria, la recordaba así de angustiada; cuando la llamaron, si bien la jefa de oficina le dijo que estaba bien, no le creyó porque dijo que si hubiese sido así yo sería el que estuviera hablando con ella.
Para ese entonces, el gerente se había comunicado con los directivos de la empresa y la aseguradora había encontrado un cupo en la policlínica Méndez Gimón de Caracas donde uno de los socios era el mejor traumatólogo especialista en podología del país, el doctor Eduardo Viso del Prette, esto porque ahora el mayor problema estaba en mi pie izquierdo, la fractura estaba cortando la circulación de la poca sangre que tenía y la extremidad estaba en riesgo.
Lo lógico en mi caso era un traslado en ambulancia, debido a mi condición de salud, pero como todo en el tercer mundo, las ambulancias nunca son suficientes o no las hay, así que tendría que buscar el transporte por mi cuenta. El amigo que llevó a mi madre a Ocumare podía llevarme a la clínica pero no tenía suficiente gasolina, así que hubo que esperar a que encontrara una estación de servicio abierta para llenar el tanque; una vez que lo hizo pasó por nosotros y tuve que hacer el viaje de cerca de sesenta kilómetros (38 millas) sentado, terminamos llegando a la clínica a las cuatro de la mañana.
Para ese entonces Gitty no tenía la menor idea de lo que estaba pasando, se enteraría casi cuatro horas después.
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