miércoles, 16 de noviembre de 2022

Nuestra historia de amor: Capítulo 52: Todo un espectáculo bajo la regadera.

Gitty tenía ciertas costumbres muy locas de las que me fui enterando con el transcurrir del tiempo. La mas disparatada de todas ocurría cuando se metía a bañar estando sola.

Un día, cuando vivíamos en La Pastora, llegué relativamente temprano al apartamento. Cuando abro la puerta y entro, escucho un peo armado adentro, y cuando digo un peo, era un peo, un verdadero peo; risas, gritos y voces, y todo eso salía del baño, así que fui para allá. Cuando abro la puerta, la otra me ve y pega un grito.

- ¡Ayyy! ¿Qué estás haciendo aquí? Me asustaste.

- Que salí temprano del trabajo y me vine para la casa, pero como tenías un peo armado me asomé a ver que estaba pasando.

- Me estoy bañando, eso es.

- Pero estabas hablando sola, riéndote y remedando voces, la cosa estaba bien buena, que baño tan divertido.

- Es que me estaba acordando de unas vainas que me pasaron hoy en el trabajo.

- Bien bueno, en vez de cantar en el baño tú montas toda una performance teatral, primera vez que veo algo así, si tuviera como grabarte sería bien bueno para montar un show de comedia.

- Tú y tus vainas; ahora me voy a terminar de bañar para que te metas tú.

- Bueno, está bien, me voy a quitar la ropa para estar prevenido al bate cuando salgas.

Gitty siempre mantuvo esa costumbre, no de hablar mientras se bañaba cuando estaba sola, sino de hacer todo un espectáculo bajo la regadera, y eso le duró casi hasta su hora final; su sentido del humor era único.

Para la semana santa de 2000 regresamos a la finca, ahora con un control etílico mucho mas estricto para evitar espectáculos como el del dos de enero. Como es de imaginarse, no cacé ni una hormiga, aunque mi suegro sí tuvo suerte en eso al ser cazador experto. Al final, el domingo de resurrección, se hizo una parrilla de cordero, usando un desventurado cabrito que se convirtió en nuestro alimento de ese día.

Si bien pasamos muy buenos ratos en la finca, esa fue la última vez que estuvimos allí.

A mediados de año, varios de los damnificados del curso fallido estábamos en la mira del Ministerio de Ciencia y Tecnología para ser incorporados a nuevos programas de desarrollo tecnológico e integración del aparato industrial nacional con la academia. Ya uno de nosotros, Osmer Castillo, tenía algún tiempo trabajando en el CONICIT como coordinador de una serie de programas de integración tecnológica.

En ese entonces no sabía que se me iba a llamar para trabajar con esos equipos, así que seguía con mi consultoría, que terminaba a finales de julio, y haciendo cursos de mejoramiento profesional; después de todo, no teníamos deudas y los gastos de la casa eran bajos comparados con nuestros ingresos. Gitty se había comprado un carrito que le servía de maravillas para ir y venir del trabajo y hacer diligencias, muy similar al de la foto.


Podíamos decir que teníamos una buena vida, lo que nos permitía estar relajados y tranquilos. Después de muchos años nos encontrábamos en una situación estable y holgada, con Graciela ya cerca de terminar el preescolar, muchas cosas por hacer y planes por completar. El único lunar en nuestra vida era el hecho de que por alguna razón desconocida yo había dejado de producir esperma viable, básicamente disparaba puras balas de salva; el Doctor Díaz Lakatos me hizo los mil y un exámenes combinados con tratamientos diversos pero el motor no arrancó mas, se había fundido. Nunca sufrí de ninguna enfermedad venérea o ETS como se les llama hoy en día, tampoco tuve VPH en ninguna de sus versiones, así que el motivo era desconocido.

Se podía ensayar con la fecundación in vitro, porque las espermátidas estaban en buen estado, pero ese proceso era costoso y había que pagarlo de nuestro bolsillo y sin garantías de éxito, así que habría que empezar desde el principio cada vez que el embrión no prosperara. Ante esas noticias, decidimos dejar todo así y quedarnos con una sola hija, quizás si Gitty no se hubiese puesto el DIU tan rápido la ventana de oportunidad nos habría dado chance de tener uno o dos hijos mas, pero ninguno de nosotros sabía lo que iba a pasar en el futuro. Tal vez con varios hijos nos habría resultado imposible emigrar cuando pudimos hacerlo.

El mes de agosto, me llamaron del Ministerio de Ciencia y Tecnología para ofrecerme un cargo en el CONICIT como coordinador de una serie de programas para formación de expertos en tecnología que sirvieran como enlace entre los sectores académico y productivo del país. Esto iniciaría una nueva etapa en nuestras vidas, aunque no teníamos la menor idea de cómo ni cuándo iba a terminar.

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