viernes, 9 de diciembre de 2022

Nuestra historia de amor: Capítulo 75: Carros de alquiler y conejillos de indias.

 El inicio del año 2003 no fue mejor que el final de 2002, el dinero se estaba acabando y lo que hacíamos no bastaba para cubrir todos los gastos; había que tomar medidas y eso hacía que Gitty se pusiera todavía mas molesta, con lo que las reconvenciones, quejas, protestas y pleitos se producían diariamente. En enero el cuñado de mi jefe en el basurero llegó de Perú y yo quedé fuera para que ese puesto lo ocupara el recién llegado. Así que me puse a buscar y encontré un empleo para manejar carros de alquiler, la empresa era de un argentino y se llamaba Leo Transport, su sede estaba en un galpón cerca del aeropuerto y de allí salíamos los choferes en camionetas van a buscar los vehículos en los estacionamientos de las compañías de alquiler para llevarlos a otros lugares o a los centros de subasta en Orlando, Tampa y Ocala.

Allí conocí a un guatemalteco, Edwin, que sabía de unos negocios donde se podía ganar mas dinero aunque con ciertos riesgos; no eran negocios ilegales ni ilícitos, eran laboratorios farmacéuticos que buscaban personas sanas para usarlas como conejillos de indias humanos probando diversos medicamentos, me explicó que en algunos de esos estudios una persona podía hasta ganarse cinco mil dólares en mes y medio.

Le pregunté cómo podía uno meterse en eso, me comentó que otro chofer, brasileiro, le habló de esos laboratorios e iba a buscar mas información para saber donde ir. Al día siguiente me dio todos los datos, era toda una red de clínicas que hacían tales labores en Miami y alrededores: Sea View, Allied, Phase One, SFBC y otras dos que no recuerdo sus nombres. Si la persona era sana y no tenía rastros de licor, tabaco o drogas podía participar en esos estudios de investigación farmacéutica y le pagaban cantidades variables de dinero dependiendo de una serie de factores.

Al final necesitaba plata de manera urgente, así que no era hora de ponerse con exquisiteces, los billetes mandan. Ya no podíamos pagar el apartamento de dos habitaciones y nos íbamos a mudar a la Pequeña Habana para vivir en uno de una habitación en el que pagaríamos menos de la mitad de lo que nos costaba el de Midway. En febrero pagamos solo 15 días de alquiler y nos fuimos una noche antes que nos desalojaran, les dejamos un montón de cachivaches que no servían para nada mientras recogimos las cosas que valían la pena.

Hicimos la mudanza a tiempo porque la van no duró mucho mas, a principios de marzo se tiró tres y se le fundió el motor, ya era oficialmente chatarra. Mi jefe en Leo Transport mandó una grúa a buscar la cafetera, se la vendió a un negocio de repuestos usados por 600 dólares y dividimos el dinero a la mitad. Para ese mes dejamos de trabajarle al maracucho, no era mala gente, pero era muy mala paga. Gitty se quedó limpiando las oficinas en Brickell y yo con los carros de alquiler, como Graciela no se podía cambiar de escuela, mi jefe me prestó una camioneta que tenía parada en el galpón para que así pudiera llevar a mi hija a clases.


Cuando Graciela terminó el año escolar pudimos cambiarla a la escuela Shenandoah Elementary en la Pequeña Habana y así pude empezar a probar lo de los estudios de laboratorio; el primero que hice pagó 1.200 dólares por dos semanas y con eso resolví un montón de cosas, por lo que consideré que valía la pena continuar en esa actividad, se necesitaba dinero urgentemente y todavía los trámites de inmigración no estaban listos, aunque al menos no había que pagar mas nada, pero el total de gastos fue enorme entre honorarios, tarifas y documentos.

Estaba tan ocupado en sobrevivir que no me fijaba del desastre en el que se había convertido nuestro matrimonio, en menos de nueve meses habíamos pasado de ser una pareja enamorada a otra que ni se trataba; casi no hablábamos y cuando lo hacíamos era para pelear o para que Gitty me reclamara cualquier cosa, nuestra vida íntima desapareció por completo, dormíamos juntos pero en las dos puntas de la cama, para no tocarnos ni por equivocación, y Gitty me odiaba con una intensidad impresionante, cada vez que tenía oportunidad de hablar mal de mí la aprovechaba, estuviera yo presente o no, y se la pasaba saliendo con el viejo cada vez que tenía un tiempo libre.


Al final no podía estar pendiente de un matrimonio que se iba a pique y de sobrevivir, así que escogí lo segundo porque había que garantizar techo, comida, cama y ropa limpia a la niña, que no tenía por qué ser víctima de una situación adulta. Para mayo el abogado me dijo que todas las diligencias en USCIS habían terminado y lo que faltaba era esperar una decisión que podía tardar varios meses, si era positiva lo único que tenía que hacer era ir al distrito escolar de Miami-Dade con mi permiso de trabajo y ellos me ubicarían en una escuela, luego habría que notificar a USCIS y empezaría a correr el reloj de tres años, si no había novedad, podría solicitar la residencia, pero nunca antes de los tres años, y debía trabajar en el sistema escolar todo ese tiempo. Si la respuesta era negativa habría que apelar y eso retrasaría todo el proceso además de hacerlo mas costoso, pero no se sabría nada hasta no tener la respuesta definitiva.

Para julio de 2003 se había logrado estabilizar un poco la situación económica, vivíamos en un apartamento que era muy modesto, pero al menos estaba bien conservado; la sangría monetaria se había detenido apenas a tiempo, porque ya no quedaba nada del dinero que nos habíamos llevado de Venezuela aunque al menos lo que producíamos bastaba para mantenernos. La casa de Cúa aun no tenía comprador y todo lo que teníamos se había vendido, así que era poco lo que nos quedaba en Venezuela. Mi mamá había cobrado las liquidaciones de nuestros respectivos empleos y guardó el dinero, con esa cantidad podría vivir sin preocupaciones durante un buen tiempo.

Solamente nos quedaba esperar la respuesta de USCIS mientras seguíamos en modo de supervivencia.

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