Y eso era muy cierto. Todos los años que vivimos en Miami nuestro principal objetivo era mantener la cabeza por encima del agua mientras criábamos a Graciela, luego al mudarnos a Seattle, cuando la vida empezaba a hacerse un poco mas fácil llegó el cáncer a ponerlo todo patas arriba y tuvimos que iniciar un proceso de transición que nos llevó dos años.
Gracias a las terapias, Gitty se había acostumbrado a ver el cáncer como una potencial enfermedad crónica y eso le permitió relajarse lo suficiente como para llevar una vida relativamente normal. Graciela estaba ya independizándose hasta que se mudó de un todo a principios de 2019 y por tanto teníamos mas tiempo disponible para nosotros.
Por razones obvias, ese regreso a la oportunidad de estar juntos sin interrupciones también cambió; ya no iban a ser tan picantes esas horas porque no teníamos el mismo fuego interno de quince años atrás, serían mas sosegadas y con mucho mas diálogo, recordando momentos pasados y hablando de todo un poco, porque al final los miembros de la pareja deben ser amigos, los mejores amigos.
Conversábamos extensamente. Si hubiese sabido de este desenlace durante esos años, habría grabado todas y cada una de nuestras pláticas de los sábados en la noche; cuando entre música, vino o cerveza y snacks para picar, pasábamos cinco o seis horas hablando y riendo. Fueron mas de 100 veladas entre 2017 y 2022 y no voy a cubrirlas de una en una sino que las clasificaré por tópicos de conversación, desde cómo nos conocimos hasta nuestras opiniones de astrónomos aficionados.
El concepto de nuestras fiestas era bastante sencillo: al hacer mercado comprábamos bien sea un pack de seis cervezas o una botella de vino tinto Cabernet Sauvignon que era el que mas le gustaba a Gitty; luego, cuando se le hizo mas difícil asimilar el alcohol empezamos a comprar cerveza no alcohólica, preferiblemente la Budweiser porque tenía el sabor casi idéntico al de la normal. También comprábamos snacks para comerlos durante la noche.
Los sábados que no teníamos que hacer diligencias o salir a ningún lugar a pasear o disfrutar de algún espectáculo los dedicábamos a estas celebraciones privadas. Lo primero era, mientras nos acompañó, sacar a Lucy para que se desahogara después de comer; a continuación, aproximadamente a las ocho de la noche, luego de haberla aseado, procedíamos a seleccionar la música que íbamos a escuchar; en unas ocasiones le pedíamos a Alexa, la asistente de Amazon, que pusiera un artista específico en el dispositivo Echo; en otras usábamos la radio, porque las noches de sábado y domingo en la emisora cultural 88.9 FM eran noches de Blues y ponían lo mejor de ese género musical.
Así nos instalábamos en el sofá a comer, beber, conversar y disfrutar de la música con Lucy acostada al frente de nosotros en la sala; a veces nos poníamos a bailar una pieza determinada y en otras simplemente estábamos sentados con las luces apagadas y la persiana basculante del balcón abierta. Luego, entre una y dos de la mañana cerrábamos la velada y nos íbamos al cuarto, casi siempre a ver películas aunque en otras ocasiones Gitty prefería que le diéramos gusto al cuerpo; ya no era como antes, que todas las fiestas terminaban con nosotros luchando, porque como dice un viejo refrán: "los módulos de antaño no son válidos hogaño."
Y esas noches de sábado hacían inmensamente feliz a Gitty, siempre me decía los viernes cuando me llamaba al trabajo,
- Acuérdate que mañana en la noche tienes una cita con tu novia, no se te vaya a olvidar.
- Claro que no se me va a olvidar, esas citas son lo mejor del fin de semana.
Y esas citas de novios duraron cinco años.
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