Todo tiene su final, como dice la canción del gran Héctor Lavoe, y al 2019 le llegó el suyo.
Fue uno de nuestros mejores años, viajamos, fuimos a un montón de espectáculos, paseamos, comimos en restaurantes, fuimos a fiestas y el cáncer estaba desaparecido en acción; nada podía ser mejor que eso.
Gitty seguía recibiendo su Keytruda cada cuatro semanas.
Lucy vivía tranquila, con algunos achaques y su ceguera, pero disfrutaba de su vida sin novedad alguna, visitando a su doctora y su oftalmóloga.
Yo, haciendo mis panes de jamón y Gitty preparando su pavo, hasta que no quiso saber mas de ese plato festivo.
Pero nos quedaba por visitar un lugar. En Venezuela existe una población ubicada en el estado Aragua que fue levantada a mediados del siglo XIX por inmigrantes alemanes que llegaron invitados por el gobierno venezolano para que se instalaran en un lugar de clima montañoso con la finalidad de cultivar la tierra. Esa población se llama La Colonia Tovar y ha sobrevivido hasta nuestros tiempos como un lugar turístico que se asemeja a un pueblo de la campiña alemana trasplantado al trópico.
Bien, el estado de Washington tiene su propia Colonia Tovar y es el pueblo de Leavenworth, que también está en un lugar montañoso y que durante la temporada navideña tiene un festival de luces que adorna todo su centro; el lugar se vuelve una sola fiesta y van visitantes por montones a ver las luces y las demás atracciones que la alcaldía prepara durante el fin de año.
Así, el sábado 28 de diciembre nos fuimos a conocer la población y ver sus luces. La vía es un poco complicada porque como hay que pasar por montañas y cerros, todos están cubiertos de nieve y eso hace el manejo algo retador; pero vale la pena porque el marco natural del lugar es muy hermoso, con un río que discurre al lado de la carretera durante la parte final del trayecto.
Y como es la temporada ultra alta, se habilitan todos los lugares posibles como estacionamientos y se llenan por completo; de hecho a nosotros nos costó conseguir puesto aun con el cartón de minusválido que a Gitty le habían entregado para que colgara en el parabrisas del carro debido a su enfermedad. Luego de cerca de cuarenta minutos logramos encontrar un lugar y pudimos recorrer el pueblo.
Pudimos comer una cena estilo alemán con vino del lugar en un galpón enorme que habilitaron para los visitantes porque los restaurantes del lugar no tienen la suficiente capacidad para atender tanta gente y resolvieron el problema de una manera muy ingeniosa, con el galpón dividido de tal forma que cada negocio tiene su aliviadero y el servicio no sufre ni los comensales se sienten descuidados ni maltratados.
Además hay galerías de arte, lugares que venden artículos típicos del lugar junto con souvenirs diversos a precios nada solidarios, que hay que aprovechar la temporada. Regresamos tarde en la noche, como a las 10, y la carretera estaba congelada, lo que hizo que el viaje fuera bastante problemático, pero logramos salir adelante y llegamos al apartamento en la madrugada.
De esa manera despedimos el año, en espera que el 2020 fuera mejor, o para decirlo de una manera mas espectacular: que lo mejor estuviera por venir. Sin embargo, ya en noviembre se estaban formando nubarrones en el horizonte con ciertas informaciones acerca de una enfermedad respiratoria probablemente causada por un virus que estaba afectando a los habitantes de una ciudad china; no había nada oficial pero fuentes HUMINT estaban despachando informes al respecto y la CDC los había empezado a procesar.
El 2020 no sería para nada lo que esperábamos que fuera.
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