La semana siguiente me pidió que la llevara a una tienda de pelucas en Renton porque deseaba comprarse una para usarla en ocasiones en que sintiera la necesidad de hacerlo, porque si bien tenía la que le había comprado Graciela, la consideraba muy fina por ser hecha a la medida y no quería ponérsela sino en momentos muy especiales como fiestas de gala o cosas así.
La que esperaba comprar sería para salidas a cenar o a ver algún espectáculo y así se sentiría mas cómoda porque si algo le pasaba no tendría que lamentar nada; esa sería la tercera que tendría, porque también estaba otra que le donó el SCCA (ahora Fred Hutchinson Cancer Center) pero que no le gustaba de un todo y quería hacerle modificaciones.
Ahora, ¿por qué necesitaba pelucas? El tratamiento con Taxol y Avastin tendía a causar cierta caída de pelo, no a los extremos del carboplatino, pero sí lo suficiente como para que sintiera que no tenía la suficiente cabellera disponible para hacerse peinados ni salir a la calle; por esa razón prefería usar pelucas para no sentirse mal.
Todas permanecen en el mismo lugar donde las dejó, dentro de sus forros protectores y no han sido tocadas por nadie, simplemente están tal y como ella las arregló cuando las usó por última vez.
Para enero el tratamiento parecía marchar bien y el cáncer aparentaba estar bajo control, así que era un buen tiempo para nosotros, no había dolores ni malestares de importancia y el problema gástrico del día de navidad fue visto como un episodio aislado sin relación con un empeoramiento potencial de la enfermedad. No obstante, a partir de la sesión de la segunda semana de enero, se hizo obligatoria la visita de una persona de cuidados paliativos mientras Gitty recibía las medicinas.
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