El domo caliente se abatió sobre nosotros el domingo 27 de junio, de cierta manera nos estuvo siguiendo desde California, aunque cuando llegamos a Tukwila la madrugada estaba fresca.
Luego de que pasara el horno Gitty me comentó que nunca había sentido tanto calor en su vida, ni siquiera en Ciudad Bolívar o Miami, a lo que le respondí que recordaba haber sentido algo similar una tarde de viernes de octubre de 1995 en una población del estado Zulia llamada Ciudad Ojeda durante mis tiempos de auditor; estaba buscando una sucursal del banco donde tenía mi cuenta corriente y mientras caminaba por la acera me di cuenta que las suelas de los zapatos se me estaban derritiendo.
El calorón empezó el domingo en la tarde, con el clímax que se presentaría el lunes y bajaría para el martes una vez que el sistema se desplazara hacia el norte, con lo que el miércoles volverían las temperaturas habituales para el verano del noroeste.
El mayor problema que se nos presentó era uno muy específico del lugar. Ese tipo de clima nunca se había presentado aquí y no existía la infraestructura necesaria para afrontar algo así; en Miami hace mucho calor, pero en todas partes hay aire acondicionado y las edificaciones están construidas para el clima del lugar; en cambio, en esta parte del país, debido a su latitud, las temperaturas aun en el verano son relativamente frescas y nunca se consideraron necesarios los aparatos de aire acondicionado, a diferencia de los calefactores. Por consiguiente, en los edificios de apartamentos hay paneles radiantes para calentar el lugar, pero nada de acondicionadores de aire.
En casos así se abren todas las ventanas, pero lo que entra es un vaho caliente como el de un horno, y aun con ventiladores no se puede refrescar uno porque el aire que lanzan es caliente, como lo comprobamos nosotros. Ese lunes, que lo tenía libre a cuenta de vacaciones, no fui a trabajar, y Gitty tampoco; nos quedamos en el apartamento para aguantar la pela.
Luego distribuyó todos los ventiladores en la sala excepto uno de los grandes, que se quedaría trabajando en la ventana del cuarto con el objeto de generar una corriente de aire que se desplazara por todo el apartamento. Una vez que todo estuvo listo los puso a funcionar a plena capacidad.
En principio la idea funcionó muy bien y así pudimos mantenernos frescos, a eso sumamos el meternos bajo la regadera o llenar la bañera con agua fría si sentíamos que el calor era excesivo. Tal cosa la pusimos en práctica 11 veces durante el día, ella seis y yo cinco.
Pero le dio la puntada de querer cocinar, yo le había dicho que lo mejor que podíamos hacer era comer sandwiches y cosas frías para así no calentarnos mas, pero como a veces ella le daba duro al loco, pues se puso a hacer una pasta.
De vaina no se desmayó cuando la coló y el vapor caliente le pegó en la cara. Tuve que correr a la cocina para coger la olla mientras ella se iba al baño a echarse agua fría; no me quedó mas remedio que terminar la faena y luego también irme al baño a hacer lo propio.
- Tú si tienes bolas, te dije que no te pusieras a cocinar y pata 'e rolo, lo primero que hiciste, de vaina no te dio una moridera.
- Es que creía que con los ventiladores prendidos no me iba a pasar nada.
- Todos los ventiladores lo que hacen es repartir aire caliente, pero no enfrían nada, lo que medio ayuda es la corriente de aire circulando, mas nada.
- Bueno, sí, metí la pata. Menos mal que me metí al baño.
También tomamos bastante líquido y logramos sobrevivir a una temperatura que llegó a un máximo de 44 grados C, aproximadamente 111 Fahrenheit. Gracias a que nacimos en el trópico y que planeamos como enfrentar la contingencia pudimos salir airosos; desgraciadamente, varios cientos de personas en los estados de Oregon y Washington, mas otro tanto en Canadá, no tuvieron tanta suerte; se cuentan en varios centenares las víctimas mortales, especialmente mayores de 65 años, de este evento climático.
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