viernes, 21 de julio de 2023

Nuestra historia de amor: Capítulo 286: Consummatum est.


 El Réquiem de Wolfgang Amadeus Mozart, la canción fúnebre mas sublime jamás compuesta y el pináculo de su creación, que no llegó a escuchar completa; es la única pieza musical que puede iniciar este capítulo, luego que el soplo vital de Gitty había abandonado su cuerpo.

Nos había hecho prometer, a pesar de nuestras protestas que buscaban convencerla de que cambiara esa posición tan radical, que su familia se enterara de su cáncer después de su muerte, y que bajo ninguna circunstancia le comentáramos nada a nadie, que ella era la única que podía decidir sobre tal tema. A pesar de no estar de acuerdo, a regañadientes aceptamos su decisión y no dijimos nada a nadie acerca de su enfermedad.

Las especialistas de cuidados paliativos y el consejero espiritual del hospital fueron muy útiles durante esos momentos, cumplieron su trabajo de manera muy profesional y completamente impecable; también nos indicaron que podíamos pasar cuatro horas, contadas desde el momento del deceso, con el cuerpo de Gitty antes de que lo llevaran a la morgue del hospital, donde estaría hasta que lo fuera a buscar el personal de la funeraria.

Esto me trajo bruscamente a la realidad; a pesar de mi condición emocional, debía buscar solución inmediata al problema de las exequias de Gitty, nunca habíamos pensado ni hablado acerca de ello sino solo de manera tangencial: No ser enterrada y no donar órganos por lo del cáncer. Bajo esas únicas premisas teníamos que encontrar una funeraria y que además pudiese buscar su cuerpo rápido para que pasara en la morgue la menor cantidad de tiempo posible.

A las dos de la tarde Graciela empezó a llamar a los familiares que no tenían idea de nada, para su mayúscula sorpresa y terrible dolor y tristeza. Al mismo tiempo, Jeff empezó a contactar empresas fúnebres para ver cuál podía hacerse cargo de nuestro caso. Había muchas cosas que hacer y poco tiempo disponible, y yo no estaba en posición de ser útil para nada, estaba tan abatido que no podía pensar con claridad, lo único que ocupaba mi cerebro era que ella pasara en la morgue un tiempo mínimo, porque no me la podía imaginar metida dentro de una de esas neveras, cubierta por una sábana.

Una vez que Graciela terminó con el duro compromiso de comunicar la mala nueva a los familiares inmediatos, se unió a Jeff para buscar la funeraria y encontraron una antes de las cuatro de la tarde. Columbia Funeral Home sería la empresa con la que nos quedamos, especialmente porque tenían la capacidad de buscar el cuerpo el viernes en la tarde, lo que significaba que los restos de Gitty no pasarían mas de 24 horas en la morgue.

Aproximadamente a las cuatro de la tarde, llegó parte de nuestra familia adoptiva desde que llegamos a Seattle; la holandesa, su mamá y esposo, que nos acompañarían al apartamento cuando llegara el momento de irnos.

Graciela y Jeff habían resuelto los dos problemas críticos que tenían que ser arreglados lo mas rápidamente posible, ahora nos quedaba un tiempo libre para estar con el cuerpo de Gitty hasta que llegara el momento de separarnos. 

Como cosa extraña, y por eso nunca pensamos que ella estaba prácticamente moribunda cuando llegamos al hospital el lunes, nunca perdió peso ni su piel estaba amarilla, algo que es la norma entre las personas que tienen una falla hepática severa; la única señal era el abdomen un poco distendido, pero tampoco era algo en gran escala. Por esas razones nunca se pensó que su estado era terminal, se veía relativamente muy bien como para pensar tal cosa.

También esa tarde se me acabaron las lágrimas.

Nunca había llorado tanto en mi vida, quizás con excepción de cuando estaba en mi mas tierna infancia. En algún momento después de las tres de la tarde me di cuenta que estaba llorando pero no me salían lágrimas  porque simplemente se me habían terminado, no había mas; tal cosa me pasaría varias veces durante los días subsiguientes, cuatro en total.

Así nos dieron las 5:30 de la tarde, cuando llegó el momento de irnos y dejar el cuerpo de Gitty atrás. Poco a poco nos retiramos y fui el último en abandonar la habitación; le acaricié la cabeza con toda la ternura que pude reunir y besé su frente mientras le decía:

- Jamás te olvidaré ni dejaré de amarte.

El momento había llegado, luego de 37 años y seis días, nos separábamos para no volver a estar juntos sino hasta después de mi muerte.


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