Como la última pasada había sido en 1910, todos esperaban verlo a principios de 1986, y nosotros claro que deseábamos echarle un ojo también; el problema estaba en que en aquellos tiempos las cosas no eran tan fáciles como hoy en día, no existía Internet ni la NASA tenía canal de cable. Tampoco era fácil comprar un telescopio y menos en un país tercermundista, así que nuestras probabilidades de verlo eran por decir lo menos, bastante bajas.
De paso, tampoco tenía carro, así que tendríamos que depender de terceros para poder ir a un sitio donde se pudiera ver el cometa. La fortuna nos sonrió la noche de un sábado de febrero cuando mi hermano mayor se puso de acuerdo con la de turno en aquel tiempo para ver el cometa y nos dejaron acompañarlos (le digo la de turno porque cambiaba tan rápido de pareja que uno no llegaba a memorizar sus nombres o sus rostros). La dama tenía un carro grande tipo deportivo, no recuerdo si un Malibú o un Fairlane 500 dos puertas, pero la parte de atrás era relativamente cómoda para nosotros.
Para hacer el cuento corto, fuimos a un autocine al norte de la ciudad donde estaba una cierta cantidad de personas mirando al cielo. Ahora que conozco un poco de estas cosas, el lugar estaba en una categoría Bortle 7 u 8, así que ni de vaina se iba a ver el cometa, a menos que fuese con un telescopio que tuviera muy buenos filtros. Entre el grupo había un par que quizás captó algo, pero a ojo desnudo era prácticamente imposible, aunque algunos de los asistentes de vez en cuando apuntaban al cielo y decían que allí estaba el cometa, y nosotros al dirigir la vista al lugar pues no veíamos nada en absoluto.
Con el tiempo Gitty y yo nos pusimos a ver las lluvias de Perseidas y Leonidas desde la casa de Cúa, salíamos en la madrugada y en lugares donde las luces de la calle no nos dieran de frente podíamos disfrutar de los meteoros cayendo durante varias horas.
En Miami, debido a lo duro que fue la vida, no tuvimos mucho tiempo para ver el cielo, pero esto cambió al llegar a Seattle; aunque sus cielos son terribles para ser vistos, porque bastante mas de la mitad del año están completamente cubiertos de nubes, y cuando no las hay casi siempre está la luna creciente o llena, lo que anula la posibilidad de ver objetos de cielo profundo o lluvias de meteoros. En contraposición, teníamos la probabilidad real de ver una aurora boreal con todo y las limitaciones celestes.
Así, pudimos ver un cometa una noche que estábamos en Amanda Park, cuando los mosquitos casi me comen vivo; otra vez vimos las Perseidas en el parque Grand View de Issaquah y nos la pasábamos cazando auroras boreales en una explanada cercana al Monte Si en North Bend. Una vez llegamos hasta Cle Elum para tener una buena vista del cielo nocturno y otra logramos atrapar los últimos minutos de una aurora boreal en el Parque de 60 acres en Redmond.
Con el tiempo Gitty llegó a conocer las posiciones de Venus, Marte y Júpiter en el cielo nocturno y a veces me llamaba al trabajo para decirme, y la cito textualmente:
- Ramón, estoy en el balcón viendo a Venus y Marte y se ven ES-PEC-TA-CU-LA-RES.
- Y yo no puedo verlos, y es probable que cuando salga del trabajo ya se hayan ido.
Casi siempre pasaba así debido al movimiento relativo de los planetas o el cielo se había nublado para el momento en que salía del trabajo y no había forma de ver nada.
Nos quedó pendiente ir al Lago del Cráter, donde pensábamos pasar la noche para usar el telescopio y ver la Vía Láctea.
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