miércoles, 5 de julio de 2023

Nuestra historia de amor: Capítulo 272: Todo empezó con el cometa Halley

 


Cuando teníamos pocos meses de novios se produjo uno de los eventos celestes mas esperados de aquellos tiempos, la visita del cometa Halley, llamado así en homenaje al astrónomo británico Edmund Halley, que fue quien calculó su órbita y la periodicidad con la que sería visto en la tierra, aproximadamente cada 76 años.

Como la última pasada había sido en 1910, todos esperaban verlo a principios de 1986, y nosotros claro que deseábamos echarle un ojo también; el problema estaba en que en aquellos tiempos las cosas no eran tan fáciles como hoy en día, no existía Internet ni la NASA tenía canal de cable. Tampoco era fácil comprar un telescopio y menos en un país tercermundista, así que nuestras probabilidades de verlo eran por decir lo menos, bastante bajas.

De paso, tampoco tenía carro, así que tendríamos que depender de terceros para poder ir a un sitio donde se pudiera ver el cometa. La fortuna nos sonrió la noche de un sábado de febrero cuando mi hermano mayor se puso de acuerdo con la de turno en aquel tiempo para ver el cometa y nos dejaron acompañarlos (le digo la de turno porque cambiaba tan rápido de pareja que uno no llegaba a memorizar sus nombres o sus rostros). La dama tenía un carro grande tipo deportivo, no recuerdo si un Malibú o un Fairlane 500 dos puertas, pero la parte de atrás era relativamente cómoda para nosotros.

Para hacer el cuento corto, fuimos a un autocine al norte de la ciudad donde estaba una cierta cantidad de personas mirando al cielo. Ahora que conozco un poco de estas cosas, el lugar estaba en una categoría Bortle 7 u 8, así que ni de vaina se iba a ver el cometa, a menos que fuese con un telescopio que tuviera muy buenos filtros. Entre el grupo había un par que quizás captó algo, pero a ojo desnudo era prácticamente imposible, aunque algunos de los asistentes de vez en cuando apuntaban al cielo y decían que allí estaba el cometa, y nosotros al dirigir la vista al lugar pues no veíamos nada en absoluto.


Ese año, aprovechando el furor del cometa, unos cineastas venezolanos se inventaron una película llamada "La generación Halley" que nunca tuvimos idea de a quién representaba, porque nosotros nada teníamos que ver con esa "generación" que mostraban, tanto así que nunca la fuimos a ver en el cine y nos enteramos de su temática a través de amistades que fueron a verla y la consideraron como "muy sifrina."


Luego de un buen rato tiramos la toalla y nos regresamos a nuestras casas enfurruñados porque no vimos al negro cometa que llegó, pasó y se fue sin que nosotros pudiésemos siquiera echarle una miradita, pero a ambos nos quedó la curiosidad por conocer mas acerca del cielo. En mi caso la cosa venía desde niño con las misiones a la luna y especialmente con los lanzamientos de las sondas Voyager y Viking, las primeras al espacio profundo y las segundas a Marte, además de ser un fiel seguidor de la serie "Cosmos" de Carl Sagan; pero en un país tercermundista uno no tiene las aficiones que quiere sino las que puede tener, y la afición astronómica es muy difícil de alimentar en ellos.

Con el tiempo Gitty y yo nos pusimos a ver las lluvias de Perseidas y Leonidas desde la casa de Cúa, salíamos en la madrugada y en lugares donde las luces de la calle no nos dieran de frente podíamos disfrutar de los meteoros cayendo durante varias horas. 

En Miami, debido a lo duro que fue la vida, no tuvimos mucho tiempo para ver el cielo, pero esto cambió al llegar a Seattle; aunque sus cielos son terribles para ser vistos, porque bastante mas de la mitad del año están completamente cubiertos de nubes, y cuando no las hay casi siempre está la luna creciente o llena, lo que anula la posibilidad de ver objetos de cielo profundo o lluvias de meteoros. En contraposición, teníamos la probabilidad real de ver una aurora boreal con todo y las limitaciones celestes.

Así, pudimos ver un cometa una noche que estábamos en Amanda Park, cuando los mosquitos casi me comen vivo; otra vez vimos las Perseidas en el parque Grand View de Issaquah y nos la pasábamos cazando auroras boreales en una explanada cercana al Monte Si en North Bend. Una vez llegamos hasta Cle Elum para tener una buena vista del cielo nocturno y otra logramos atrapar los últimos minutos de una aurora boreal en el Parque de 60 acres en Redmond.

Con el tiempo Gitty llegó a conocer las posiciones de Venus, Marte y Júpiter en el cielo nocturno y a veces me llamaba al trabajo para decirme, y la cito textualmente:

- Ramón, estoy en el balcón viendo a Venus y Marte y se ven ES-PEC-TA-CU-LA-RES.

- Y yo no puedo verlos, y es probable que cuando salga del trabajo ya se hayan ido.

Casi siempre pasaba así debido al movimiento relativo de los planetas o el cielo se había nublado para el momento en que salía del trabajo y no había forma de ver nada.


A pesar de todo, tuvo chance con el telescopio de ver a Júpiter con sus cuatro satélites llamados Galileanos por haber sido descubiertos por Galileo Galilei. De hecho, pocos días antes de su fallecimiento esperaba poder ir a la explanada del Monte Si para ver objetos celestes a través del telescopio, pero desafortunadamente ya estaba la temporada de incendios encima y el cielo estaba completamente cubierto de humo, lo que hacía la observación nocturna imposible.

Nos quedó pendiente ir al Lago del Cráter, donde pensábamos pasar la noche para usar el telescopio y ver la Vía Láctea. 


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